lunes, 23 de enero de 2012

Houston, tenemos un problema.

Es que todo esto es muy difícil de explicar. Es, por ejemplo, como un avión: Tú despegas. Con las mejores intenciones. Tú despegas ciego, sin saber que vas a tener que aminorar el paso o el avión se va a estrellar. No echas cuenta. Tú crees que no necesitas parar a repostar, ni bajar el ritmo del vuelo, ni siquiera prestar atención al interior del avión, tú sólo quieres llegar.
Lo que tú no sabes es que toda historia tiene un 'pero'. En este vuelo el inconveniente, y lo que nunca te esperarías que pasara, es que se levantara el copiloto y te echará del avión. Que no quiere acompañarte al final, que prefiere que te vayas; o que simplemente no quiere llegar. Ese es el momento en el que empiezas a pensar las cosas que has hecho mal, las que podrías haber hecho bien y no quisiste esforzarte o en las cosas que ni siquiera se te ocurrió hacer. ¿Le preguntaste a tu copiloto si quería llegar por ese camino? ¿Tomaste siquiera en cuenta su presencia a la hora de tomar decisiones? ¿Alguna vez te preocupaste por saber cómo se sentía?
Y es que hay que cuidarlo todo. Incluso los más mínimos detalles en los que crees que la gente, ni tu copiloto, se fijaría nunca.
No se trata de llegar al destino, se trata de tener un maravilloso y largo trayecto.

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